Las manos que yo quiero, las manos que venero No son color de rosa ni tienen palidez Sus dedos no parecen diez gemas nacaradas Tampoco están pintadas, ni tienen altivez Son manos arrugadas, tal vez la más humildes Y están cual hojas secas de tanto trabajar Son esas manos santas las manos de mi madre Aquellas que me dieron con todo amor el pan Las manos que yo quiero, las manos de mi madre Ligeras como aves, volando siempre van Las manos de mi madre, por ágiles dichosas Si no hacen siempre algo, tranquilas nunca están Por rústicas y viejas, ¡qué bellas son sus manos! Lavando tanta ropa, cortando tanto pan Corriendo por la casa, la mesa acariciando Buscando en el descanso la aguja y el dedal Las manos que trajeron la lámpara a mi cama Tapándome la espalda en el invierno cruel Que cuando estuve triste mis lágrimas secaron Que cuando estuve enfermo, acariciaronme ¡Oh, manos adoradas! ¡Oh, manos llenas de alma! En ellas yo quisiera mi frente refugiar Y tristemente digo: ¡qué lejos que se encuentran! ¡Tan lejos de mi angustia y de mi soledad!