Señor, de nuevo siento que me mata la pena Del recuerdo angustioso de una mujer buena; De nuevo entre las sombras que enlutan mi sendero Siento opacarse el brillo de mi último lucero. Cuando lloré a tus plantas ¿por qué no me dijiste Que era otro amor quien la hizo tan hondamente triste? Por eso, en vano ahora voy en pos de su huella; Ya vez, todo me niegas, hasta el cariño de ella. Al borde de la senda mi corazón la espera; Tal vez ella retorne como una primavera A refrescar la angustia de esta existencia trunca, Aun cuando a mí, quien sabe... no ha de quererme nunca. Señor, haz que mi pobre juventud amanezca, Que arda la vida toda, y el corazón florezca; Quizá llegue a quererme, y entonces aquel día No quiero que me encuentre con el alma tan fría.