Aquella noche condujeron hasta perder de vista las luces de la ciudad, huyendo de la claridad del día y de sus última horas para evitar la conjura que se había levantado en contra de todos los corazones nobles... Ante ellos, se extendía el océano, y su extraña y triste danza... Y, por primera vez, se sintieron en casa. ...y es que nunca quisieron que sus vidas ni sus sueños ardieran en las piras del mundo moderno, ellos tan sólo querían bailar hasta que cesara la música del tiempo... Querían bailar hasta que sus rostros no pudieran soportar más la pesada carga de la risa. Y perderse en las olas y las estrellas, donde pudieran reincidir en el grave crimen de ser feliz. Quisieron sonreír... pese a todo. Cansados de la persecución a la que se había sometido a las palabras sinceras, ahora contemplaban desde aquél acantilado el reflejo De los años que podían estar por venir... De la sobrecogedora calma de flotar para siempre en el tiempo y el espacio... Y no quisieron marcharse de aquél lugar. No quisieron volver a ver piras ardiendo en el alma de todos aquellos que habían perdido el corazón en la negra batalla de la madurez contra la inocencia... Aquél momento sería todo lo que tendrían en adelante... Y para siempre. ...y con el nuevo día regresaron a casa y sepultaron las semillas del odio. Era hora de encender una hoguera donde antes estaban sus corazones. Y nunca regresaron a aquél lugar.