Pudimos cargar el fusil y atinar con un tiro en el sitio perfecto,
Fabricar una bola de nieve más grande que la de ayer.
Brindamos por la condición que obligaba a jugar a cada pasajero,
Por volver a plantar cada pie y enterrarlo en la arena que nos vio empezar de cero.
¿Por qué relatarlo esta vez y estamparlo en el libro de buenos recuerdos?
Demasiadas cosas en común para estar de casualidad.
Allí, hace unos años, llegamos, cuando todavía se hablaba en talegos;
La mitad de mi felicidad la encontré al colocar patas arriba mi tablero.
Por aquí no queda nadie a quien podamos engañar;
Suele ser lo que te pasa cuando no eres diferente.
Se acabaron las ideas y las formas de contar
Que por aquí no queda nadie...
Giramos a cada ocasión sin tirar de volantes ni de intermitentes,
Donde quiso arrastrar la corriente nos dejamos convencer;
Cortamos un traje y, de tanto rodar por el suelo, le hicimos un siete;
Hasta la hora de desayunar no supimos parar de hacer sonar el cubilete.
Sin tiempo para improvisar se llevó la marea las ganas de verte,
No sobró ni una huella en la playa que hubiera que defender;
Perdimos el paso, enredando entre causas perdidas y cuentas pendientes;
Rematamos cada contraataque con la contundencia que estimamos suficiente.