Delia es la luz de la ventana abierta A la verdad, al árbol de la miel, Y paso el tiempo sin que yo supiera Si quedó de los años malheridos Sólo su resplandor de inteligencia, La suavidad de la que acompañó La dura habitación de mis dolores La dura habitación de mis dolores Porque a juzgar por lo que yo recuerdo Donde las siete espadas se clavaron en mí, Buscando sangre, Y me brotó del corazón la ausencia, allí, Delia. Desde allí, Como el aroma que dejó la rosa En un traje de luto y en invierno, Así de pronto te reconocí Como si siempre hubieras sido mía Sin ser, sin más que aquel desnudo vestigio O sombra clara de pétalo O espada luminosa. La guerra llegó entonces: Tú y yo la recibimos a la puerta: Parecía una virgen transitoria Que cantaba muriendo Y parecía hermoso el humo, El estampido de la pólvora azul sobre la nieve Pero de pronto Nuestras ventanas rotas, La metralla entre los libros, La sangre fresca. La metralla entre los libros, La sangre fresca. La metralla entre los libros, La sangre fresca. Ya vienen Por la puerta De Madrid Los moros, Ya vienen Por la puerta De Madrid Los moros Entra Franco en su carro de esqueletos, Muertos, desterrados, Nuestros amigos Delia, entre tantas hojas Del árbol de la vida, Tu presencia En el fuego, Tu virtud De rocío: En el viento iracundo Una paloma, En el viento iracundo Una paloma, En el viento iracundo Una paloma, Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.