Solita. Más de una hora lleva sola con seis años Atrás de un muro de la escuela. Espera, ya resignada que la vengan a buscar. Sabiendo que cualquier pantalla o distracción efímera. Tiene la prioridad Los demás ya se han ido, como en su vida. Cada dos por tres mira lejos renovando la oportunidad Pero, así de triste como dejada, vuelve a empezar el ciclo de espera. Un perro, con el pelo tan duro como ella, se arrima. Quizás porque conocen del dolor y el abandono se ríen juntos, Refregando sus piernas. Acaso entre bichitos se entiendan. Y aquellos piojos que dos por tres obligan a mutilar su cabellera, No sean más que cercanos compañeros. Solita, temiendo que el maestro la abandone también O reaccione de una manera brutal ya conocida por ella, En otros sitios. Pero aquella escuela pública tan golpeada y ofendida, Mullida entre politiquerías y mercaderes, Seguirá pariendo algún imprescindible que, Anteponiendo a su deseo y su hogar, sabrá quedarse, CARAJO!, Porque él NO se curtió de abandono Y sus hijas sabrán de valores por ÉL, no de palabras. Solita, mija. Habrá que acostumbrarse. PUTA! que a veces Dios no da ni pan, ni dientes. Varias lágrimas después, llegó. Chiquita. Dolida. Vergonzosa, la madre. Yo había repetido varias veces mentalmente el discurso, Altivo, citando la responsabilidad, el respeto y la moral. Bien estudiado. Pero ella soltó primero: Le pido mil disculpas, maestro. Hoy tuve trabajo, Que hace tiempo lo persigo. Y me cansé. Apenas dio pa venir. Le pido mil disculpas Y no pude. No pasa nada. Vayan. Allá la soledad y el dolor van de la mano, y Muchas veces, es la única herencia posible